Hay una serie de características que fue tomando Internet que determinan la perpetuación del camino trazado por unas pocas corporaciones transnacionales, acompañado más o menos concientemente por los proveedores locales de acceso a Internet en cada región del planeta y por los actores políticos involucrados en la toma de decisiones en la materia.
La actual Internet es una red en la que la enorme mayoría de las personas nos comportamos como clientes, consumidores, y sólo unos pocos concentran prácticamente toda la capacidad de prestación de servicios y la infraestructura que los hace posibles. Diez empresas concentran más del 60% del tráfico web del mundo, solamente Google sirve más del 20% de la información. De todas las personas que utilizan la web, el 90% accede directa o indirectamente a Facebook. En una red de diseño distribuido, que fue pensado para evitar la vulnerabilidad que representa la concentración estos números parecen ficción, pero son reales y no es un hecho casual.
El comportamiento de consumo concentrado está determinado no solamente por el diseño de los servicios que utilizamos al acceder a Internet, donde actuamos como colaboradores y generadores de valor agregado para Google, Facebook, Twitter, sino también en las características específicas de la conexión que tenemos con Internet, de las cuales resulta interesante destacar:
- que nuestra dirección IP no es fija (a veces tampoco pública), sino que varía en el tiempo;
- que nuestro ancho de banda no es simétrico;
- que no existe mayor diferencia entre interactuar con usuarios de nuestra misma región geográfica que con cualquier otra persona en el resto del mundo;
- y que la red termina en nuestras casas. No se supone que ayudemos a extenderla.
Al no ser fija nuestra IP, se dificulta la publicación de servicios desde nuestros hogares. A groso modo, sería como querer poner un negocio, pero no poder publicar su ubicación porque ésta cambia con el correr del tiempo. Por contar con un ancho de banda asimétrico, donde “la subida” es mucho menor que “la bajada” (es decir que podemos consumir mucho pero compartir poco), disminuyen enormemente las posibilidades de que podamos alojar nosotros mismos servicios que puedan ser accedidos por un importante número de personas. El hecho de que las redes de los proveedores no sólo no facilitan la interacción entre sus usuarios sino que tampoco se interconectan entre ellas de manera racional, por proximidad geográfica, sino más bien por conveniencia económico-estratégica, complica mucho la buena intercomunicación regional. Sumado todo esto a que, en el esquema reinante, la red termina en nuestras casas, sin contemplar la posibilidad de que ayudemos a extenderla o inclusive prohibiendo este comportamiento por contrato. Todos estos son factores funcionales al mismo modelo.
Inclusive hoy, en esta etapa de auge de la llamada web 2.0, donde son los usuarios quienes generan la mayor parte del contenido, lo cierto es que la concentración de la información y la infraestructura que la aloja es cada vez mayor. Tenemos un solo buscador dominante, una red social, un servicio de micro-blogging, un servicio de video en línea, unos pocos concentradores de todos los blogs, una gran enciclopedia y así podríamos seguir enumerando. Podríamos tener una enciclopedia federada, donde la información estuviera alojada en diferentes nodos interconectados entre sí, como también podríamos tener el mismo tipo de servicio distribuido para cada uno de los que ahora son centralizados, como las redes sociales. Esto plantea sin duda una cantidad importante de desafíos, a nivel de desarrollo de software por ejemplo; pero el primero es comprender que la concentración es enemiga de la libertad y que si hablamos de construir libertad tenemos que pensar en modelos distribuidos.
En el presente esquema de red, pensado para conectar consumidores a servicios centralizados, en oposición a uno que promueva la prestación de servicios por parte de cualquier participante de la red en igualdad de condiciones y la interacción directa entre pares, las condiciones son ideales para los grandes jugadores: las telefónicas, las compañías monopólicas de cable, los proveedores masivos de contenido, los grandes transportadores internacionales (carriers), cuyo modelo de negocio y estrategias no sólo son compatibles sino que son las que determinan esta realidad. Otros jugadores, como los pequeños y medianos ISPs o los planes estatales de reducción de la brecha digital, son en parte funcionales a este mismo modelo en tanto lo reproducen sin problematizarlo de raíz, pensando en apropiarse de una porción del tablero ocupando las zonas que los grandes no logran (o no les interesa) cubrir, en lugar de proponerse modificar las reglas básicas del juego para recuperar el espíritu de red distribuida, descentralizada y entre pares que Internet debería ser.
La cantidad de datos que circulan hoy en la red y la velocidad con la que accedemos a ellos nos dan la sensación de que vivimos un tiempo en la que la información y el conocimiento estarán universalmente disponibles para todos en pocos años. Los gobiernos reparten computadoras o regalan acceso a Internet, como también lo hacen algunas grandes corporaciones… pero la masiva concentración de los servicios que alojan la información es un peligro cada vez más urgente. Esta puede ser la Era de la Información o la Era del Control y Vigilancia como nunca antes nos imaginamos. Control de cómo y qué información se publica y circula; y vigilancia de todos los que interactuamos con ella.
Mientras el mundo se dedica a relatar sus vivencias cotidianas en Twitter o a publicar sus fotos y hobbies en Facebook, quienes controlan la información se dedican a cerrar cada vez más los cercos, a empujar en organismos internacionales leyes de apropiación intelectual que en otras épocas hubieran parecido absurdas, Tratados de Libre Comercio que imponen la criminalización de quienes compartan materiales protegidos por esas mismas regulaciones. Todas estas normativas no buscan en esencia defender derechos de propiedad intelectual, sino más bien legalizar la vigilancia. El poder en el mundo no opera hacia conseguir la libertad de la información; se mueve, como siempre, hacia el aumento de la concentración y el control.
Tenemos que tener todo esto en mente cuando pensamos en qué estamos haciendo cuando construimos Redes Libres. Estamos creando redes de pares. No redes de niños traviesos que comparten canciones o películas de moda; no redes de malvados piratas y escurridizos hackers. Redes de Pares.
Las redes libres intentan democratizar o universalizar el acceso a la información; pero no sólo el acceso a ella, sino también los servicios e infraestructura que hacen posible su existencia y su circulación.
Las redes libres nos permiten conectarnos de extremo a extremo en igualdad de condiciones, publicar y acceder a servicios de forma simétrica y favorecer la interacción entre habitantes de cada región geográfica. Pero por sobre todas las cosas, en una red libre, compartir no sólo está permitido sino que representa su misma esencia. Cada miembro, en lugar de ser el punto final, es una nueva oportunidad de extender el alcance de la red y sus beneficios.
Internet podría ser una gran red de “redes de pares”, esa es la idea fundamental subyacente al diseño de los protocolos y estándares que la hacen posible.
El futuro de Internet va a ser de concentración y control o de libertad y colaboración.
Depende de que entendamos que tenemos la capacidad de influir con nuestra acción concreta.
Este texto fue leído en la Apertura de las Primeras Jornadas Regionales de Redes Libres, Buenos Aires, 2010